La búsqueda de un vivir bien más generalizado y del cuidado de la situación global de la Tierra está haciendo profundizar cada vez más nuestra conciencia ecológica. Ahora se impone analizar el rastro de carbono, de toxinas, de elementos químicos pesados, presentes en los productos industriales que usamos en nuestro día-a-día. De esta preocupación está naciendo una verdadera ciencia nueva, conocida con la sigla ACV: Análisis del Ciclo de Vida. Se monitorizan los impactos sobre la biosfera, sobre la sociedad y sobre la salud en cada etapa de un producto, comenzando por su extracción, su producción, su distribución, su consumo y su eliminación.
Damos un ejemplo: en la fabricación de un jarrón de cristal de un kilo entran, por increíble que parezca, 659 ingredientes diferentes en las distintas etapas hasta llegar al producto final. ¿Cuáles son perjudiciales? El Análisis del Ciclo de Vida busca identificarlos. Se aplica también a los llamados productos verdes o ecológicamente limpios. La mayoría es solamente verde al final o limpio sólo en su utilización terminal, como es el caso del etanol. Siendo realistas, debemos admitir que toda la producción industrial deja siempre un rastro de toxinas, por mínimo que sea. Nada es totalmente verde o limpio, sólo relativamente ecoamigable. Esto ha sido detallado por Daniel Goleman en su reciente libro Inteligencia ecológica (Kairós 2009).
Lo ideal sería que en cada producto, junto con la referencia de sus nutrientes, grasas y vitaminas, estuviesen indicados los impactos negativos sobre la salud, la sociedad y el ambiente. Esto lo está haciendo en Estados Unidos una institución, Good Guide, accesible desde el móvil, que establece una triple calificación: verde, para productos relativamente puros, amarillo si contienen elementos perjudiciales pero no gravemente, y rojo, desaconsejables por su huella ecológica negativa. Ahora se han invertido los papeles: ya no es el vendedor sino el comprador quien establece los criterios para la compra o para el consumo de determinado producto.
El modo de producción está cambiando y nuestro cerebro no ha tenido tiempo suficiente todavía para seguir esa transformación. El cerebro posee una especie de radar interno que nos avisa cuando se avecinan amenazas y peligros. Los olores, los colores, los sabores y los sonidos nos advierten sobre los productos, si están estropeados o si son sanos, si un animal nos ataca o no.
Pero sucede que nuestro cerebro no registra aún cambios ecológicos sutiles, ni detecta partículas químicas diseminadas en el aire y que pueden envenenarnos. Ya hemos introducido 104 mil compuestos químicos artificiales a través de la biotecnología y la nanotecnología. Con el recurso del Análisis del Ciclo de Vida constatamos, por ejemplo, cuánto hacen disminuir estas sustancias químicas sintéticas el número de espermatozoides masculinos hasta el punto de generar infertilidad en millones de hombres.
No podemos seguir diciendo: los cambios ecológicos sólo serán buenos si no afectan los costes y los rendimientos. Esta mentalidad está atrasada y alienada, pues no se da cuenta de los cambios habidos en la conciencia. El mantra de las nuevas empresas es ahora: «cuanto más sostenible, mejor; cuanto más sano, mejor; cuanto más eco-compatible, mejor».
La inteligencia ecológica se añadirá a otros tipos de inteligencia; ahora es más necesario que nunca.
Vea el libro del autor, Proteger o planeta, cuidar da Terra, Record 2010.
Damos un ejemplo: en la fabricación de un jarrón de cristal de un kilo entran, por increíble que parezca, 659 ingredientes diferentes en las distintas etapas hasta llegar al producto final. ¿Cuáles son perjudiciales? El Análisis del Ciclo de Vida busca identificarlos. Se aplica también a los llamados productos verdes o ecológicamente limpios. La mayoría es solamente verde al final o limpio sólo en su utilización terminal, como es el caso del etanol. Siendo realistas, debemos admitir que toda la producción industrial deja siempre un rastro de toxinas, por mínimo que sea. Nada es totalmente verde o limpio, sólo relativamente ecoamigable. Esto ha sido detallado por Daniel Goleman en su reciente libro Inteligencia ecológica (Kairós 2009).
Lo ideal sería que en cada producto, junto con la referencia de sus nutrientes, grasas y vitaminas, estuviesen indicados los impactos negativos sobre la salud, la sociedad y el ambiente. Esto lo está haciendo en Estados Unidos una institución, Good Guide, accesible desde el móvil, que establece una triple calificación: verde, para productos relativamente puros, amarillo si contienen elementos perjudiciales pero no gravemente, y rojo, desaconsejables por su huella ecológica negativa. Ahora se han invertido los papeles: ya no es el vendedor sino el comprador quien establece los criterios para la compra o para el consumo de determinado producto.
El modo de producción está cambiando y nuestro cerebro no ha tenido tiempo suficiente todavía para seguir esa transformación. El cerebro posee una especie de radar interno que nos avisa cuando se avecinan amenazas y peligros. Los olores, los colores, los sabores y los sonidos nos advierten sobre los productos, si están estropeados o si son sanos, si un animal nos ataca o no.
Pero sucede que nuestro cerebro no registra aún cambios ecológicos sutiles, ni detecta partículas químicas diseminadas en el aire y que pueden envenenarnos. Ya hemos introducido 104 mil compuestos químicos artificiales a través de la biotecnología y la nanotecnología. Con el recurso del Análisis del Ciclo de Vida constatamos, por ejemplo, cuánto hacen disminuir estas sustancias químicas sintéticas el número de espermatozoides masculinos hasta el punto de generar infertilidad en millones de hombres.
No podemos seguir diciendo: los cambios ecológicos sólo serán buenos si no afectan los costes y los rendimientos. Esta mentalidad está atrasada y alienada, pues no se da cuenta de los cambios habidos en la conciencia. El mantra de las nuevas empresas es ahora: «cuanto más sostenible, mejor; cuanto más sano, mejor; cuanto más eco-compatible, mejor».
La inteligencia ecológica se añadirá a otros tipos de inteligencia; ahora es más necesario que nunca.
Vea el libro del autor, Proteger o planeta, cuidar da Terra, Record 2010.
Demos um exemplo: na confecção de um vaso de vidro de um kg entram, espantosamente, 659 ingredientes diferentes nas várias etapas até a sua produção final. Quais deles nos são prejudiciais? A Analise do Ciclo de Vida visa a identificá-los. Ela se aplica também aos produtos ditos verdes ou ecologicamente limpos. A maioria é apenas verde no fim ou limpos só na sua utilização terminal como é o caso do etanol. Sendo realistas, devemos admitir que toda a produção industrial deixa sempre um rastro de toxinas, por mínimo que seja. Nada é totalmente verde ou limpo. Apenas relativamente ecoamigável. Isso nos foi detalhado por Daniel Goleman, com seu recente livro Inteligência ecológica (Campus 2009).
O ideal seria que em cada produto, junto com a referência de seus nutrientes, gorduras e vitaminas, deveria haver a indicação dos impactos negativos sobre a saúde, a sociedade e o ambiente. Isso vem sendo feito nos EUA por uma instituição Good Guide, acessível pelo celular, que estabelece uma tríplice qualificação: verde, para produtos relativamente puros, amarelo se contém elementos prejudiciais mas não graves, e vermelho, desaconselhável por seu rastro ecológico negativo. Agora inverteram-se os papéis: não é mais o vendedor mas o comprador que estabelece os critérios para a compra ou para o consumo de determinado produto.
O modo de produção está mudando e nosso cérebro não teve tempo suficiente ainda acompanhar essa transformação. Ele possui uma espécie de radar interno que nos avisa quando ameaças e perigos se avizinham. Os cheiros, as cores, os gostos e os sons nos advertem se os produtos estão estragados ou se são saudáveis, se um animal nos ataca ou não.
Ocorre que o nosso cérebro não registra ainda mudanças ecológicas sutis, nem detecta partículas químicas disseminadas no ar e que nos podem envenenar. Introduzimos já 104 mil compostos químicos artificiais pela biotecnologia e pela nanotecnologia. Com o recurso da Análise do Ciclo de Vida constatamos o quanto estas substâncias químicas sintéticas, por exemplo, fazem diminuir o numero de espermatozóides masculinos a ponto de gerar infertilidade em milhões de homens com foi comprovado por T.Colborn no livro O futuro roubado (1997).
Não se pode continuar dizendo: as mudanças ecológicas só serão boas se não afetarem os custos e os rendimentos. Esta mentalidade é atrasada e alienada pois não se dá conta das mudanças havidas na consciência. O mantra das novas empresas é agora:”quanto mais sustentável, melhor; quanto mais saudável, melhor; quanto mais ecoamigável, melhor”.
A inteligência ecológica se acrescentará a outros tipos de inteligência, esta agora mais necessária do que nunca antes.
Veja do autor o livro Proteger o planeta, cuidar da Terra, Record 2010.
http://leonardoboff.wordpress.com/
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